
Las joyas de Tutankamon
Una de las más célebres maldiciones de todos los tiempos pertenece al famoso faraón Tutankamon.
Cuenta la leyenda que al conseguir llegar a la antecámara de la tumba, dónde se encontraba el tesoro, Howard Carterm egiptólogo experimentado y de profesión, tras perforar la pared y hacer un agujero, echó un vistazo, y se quedó pálido y murmurando algo que nadie entendió.
El conde de Carnravon, que acompañaba a los arqueólogos en la expedición le preguntó impaciente si había encontrado algo: “- Sí. Cosas Maravillosas. ¡Cosas maravillosas!”, respondió Howard Carterm. Según la versión que dieron en un principio, volvieron al hogar y dejaron que los servicios ingleses revisaran el tesoro.
En el año 1978, se publicó un libro en el que se hablaba de la participación de estos arqueólogos en saqueos a la tumba de Tuntankamon que, movidos por la avaricia, dijeron de continuar su hazaña hasta llegar a la misma tumba del faraón en la que encontraron tremendas joyas.
Lo más inimaginable del mundo de la bisutería, de la joyería de lujo, las piedras y las alhajas más exquisitas descansando cerca de un cadáver que jamás volvería a despertar, y los ojos codiciosos de unos humanos que deseaban más y más.
Este libro más tarde se comprobó que era completamente cierto: Al parecer, en distintos museos tanto de Europa como de América se fueron encontrando los objetos perdidos de la tumba que tanto Carnravon y Carterm habían vendido.
Así llegaron a un total de 27 joyas pertenecientes a ese tesoro que ya han sido encontradas, y muchas, muchísimas más que se seguirían encontrando a lo largo de los años gracias a la labor arqueológica de ciertos investigadores.
Poco se sabe de estos individuos que han ido disfrutando de su dinero pero con el paso del tiempo bien han hecho en olvidar sus nombres de la memoria colectiva.